Detenerse.

Observar el movimiento, los cambios y transformaciones.

 Aquello que podemos sentir.

Formar parte del todo incluso siendo el mínimo fragmento. 

Desvanecerse, desaparecer.

Volver al vacío para encontrar un nuevo espacio. 

Mirar hacia dentro. 

Despegarse y desprenderse de aquello que hemos acumulado y ahora requiere ligereza. 

Hacer silencio para encontrar lo auténtico, el origen, lo verdadero.

Desprendimiento nace a partir de estructuras que se desplazan capa a capa, haciéndose cada vez más abiertas. Su esqueleto de sujeción evoluciona hasta fundirse y alcanzar la ligereza de lo esencial. El movimiento de las formas es continuo, generando rotación, fusión, traslación, superposición, suspensión, dando origen a series que evocan el  tiempo, espacio, estados efímeros,  de crecimiento o silencio.